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Yo soy un poco de todo, he sido zanahoria de niña, hasta los 12 cuando murió mi madre y me convertí en lágrimas guardando el dulzor y suavidad de la zanahoria en mi corazón mientras me convertía en un huevo fresco.

Me cuidaron para que no me rompiera, pero comprendí que era temporal, el calor me endureció solo la clara, y fue bueno.
Cuando terminó mi adolescencia tenía que aparentar ser un huevo fresco, pues ya no había nada que me protegiera más que mi cáscara. Todos se habían marchado.

Enfrentar la vida sin experiencia sería difícil, pero quería proteger ese trocito de zanahoria que pude conservar en mi corazón de huevo medio cocido.
Podía fingir ser fresco y buscar oportunidades, la dureza de mi clara me permitió rodar sin perder la compostura, sobreviví hasta que me toco amar para construir un hogar. Fue cuando perdí mi cascará y quedé malherida, ya solo me quedaba el amor a mis crías, mi única justificación para continuar.
 
Una parte de mi corazón se secó, me dejo inhabilitada para hacer pareja de nuevo. Me convertí en un alma solitaria. Solo me queda ese dulzor tierno que tanto protegí.

Ya malherida al punto de haber olvidado mi esencia, me guindé de una rama en un árbol y como una crisálida resistí el vendaval, el fuego y las tormentas, mi cuerpo se secó sin perder su esencia, me convertí en un grano  de café, pequeño, seco, tostado por el sol.

Mi aroma era distinto al de otros granos y sin saberlo transformé la historia, mi entorno, aun sin resguardo, seguía emitiendo aromas que inspiraron a muchos. Un día me sometieron al agua hirviendo y se quedaron con mi esencia, yo me descubrí seca e inútil, sin fuerzas para continuar, solo me quedaba el bagaje después de sacar mi tesoro.

Ahora solo espero el reciclaje para sumergirme en plástico y que me conviertan en una taza de café, solo por inspiración de haberlo sido alguna vez.

Por alguna razón, siento que muchos golpes fueron innecesarios, pero otros me hicieron fuerte, aunque ahora ya no tenga mucho que ofrecer.

No sabía cuanto había transformado mi entorno con mi andar, no tenía idea de que cada golpe que recibía, cada adversidad me obligaba a levantarme, con el único fin de proteger el pedacito de zanahoria que logre resguardar en mi alma; dejaba huellas de fortaleza en otros que me observaban sin yo saberlo.

Cada vez que me levantaba, un trozo de mi cáscara de huevo se partía y dejaba una firma en la historia de mi andar.
Hoy desde mi regazo de bagaje he podido detenerme a observar y ver con sorpresa quien fui y lo que dejé en la historia para los que vienen detrás de mí.  

Soy de una generación privilegiada. Tendría muchas cosas que contar, pero esos golpes de más me han dejado llena de recuerdos y sin fuerzas para levantarme de nuevo. Me he levantado tantas veces que no se si pueda  la próxima vez.

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