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Cuando la luz se apaga

 

Cuando las ganas de vivir se van diluyendo, comienzan con fracasos leves que se van encadenando con otros fracasos. Entre fracaso y fracaso habría alguna alegría que sana un pedacito de frenazo. Si se sumaran las alegrías y se encadenaran, posiblemente cercarían a los fracasos y los arroparían para lanzarlos al baúl de los olvidos.

Hace unos años viví una situación extraña, pues aún la analizo y no le encuentro explicación. Estaba en una temporada de crisis nacional, aquel viernes negro que dejo a miles de ingenieros y personal de la construcción desempleados.
Donde vivía, no había teléfono ni transporte público; sin embargo, muy denso de viviendas y vecinos.
Tendría unos 25 años. En aquella época tenía un novio con quien había mantenido una relación de más de 6 años. En esa época la relación estaba deteriorada, pues él viajaba a la otra punta del país a trabajar y cuando regresaba solo era para tener sexo y se despedía a ver al resto de su familia. Los días que estaba en la ciudad visitaba a sus viejas amistades que vivían justo al pie de mi balcón; era inevitable no enterarme cuantas horas pasaba en esa casa y cuantas conversaba conmigo.
Más allá de mi necesidad de dinero para mantenerme, estaba una contradicción, era una relación que no funcionaba. Sentía un enorme vacío.

Un día llego de uno de sus viajes y yo estaba recuperándome de haberme retirado un dispositivo intrauterino para no quedar embarazada, y necesitaba protección. Cómo decirle que no, no había preservativos a mano y él nunca los había usado conmigo. Él sugirió una eyaculación fuera, pero eso nunca lo habíamos practicado.
Me dice en medio de nuestra jadeante relación, mientras le decía que saliera, él decía, !no importa igual nos casaremos¡. Fue inevitable, yo sabía que de esa relación quedaría embarazada.

Se fue como siempre con poco hablar.

Casualmente, una chica que había criado mi abuela necesitaba donde quedarse y esas semanas se quedó en mi casa. Eso me hizo olvidar un poco, hasta que comencé a vomitar. De allí la confirmación de mi embarazo.

Entre compañeros de la universidad que iban a estudiar a casa, surgió la idea de abortar, yo no estaba en condiciones ni de llevar el embarazo, pues ya había perdido varios quilos y estaba sin esperanzas de empleo; dejé de ir a la universidad. Ya no tenía fuerzas.

Un nuevo encuentro con quien pronto sería mi esposo, le conté lo de mi embarazo.
Él dijo que se encargaría del bebé, pero no habría matrimonio.

Yo no entendía la razón de su nueva decisión. Ya había construido ilusiones de ser madre, a pesar de que la salud iba empeorando y entre amigas aumentaba la idea del aborto.
Mi familia nunca supo lo que sucedía; en principio, por la distancia y la falta de medios de comunicación; no tenía familia a quien pedirle un consejo. Me había dejado embarazar sin haberme casado y eso era un pecado familiar.
Unos días después, uno de los compañeros de clase planteo un aborto con asistencia médica, era un delito de asesinato, pero algunos médicos de la universidad y en casos de extrema necesidad practicaban el aborto siempre y que no hubieses alcanzado las 12 semanas. Cuando le hice el planteamiento, solo para ver reacción, acepto pagar todos los gastos.

Pasaban dos días, cada vez vomitaba hasta el agua que tomaba.

Fui a la primera consulta fingiendo que mi novio también era estudiante y ella pidió un ecosonograma para certificar mi estado.


Yo me puse un chip mental y decidí ir a ver a mi hijo, y fui feliz mientras tomaba el autobús para ir al centro donde me harían dicho eco. Mi rostro era feliz, había desconectado la intención real del eco, no había tomado ninguna decisión, era únicamente una alegría natural que mi inconsciente emitía. Creo que no pensaba, mi instinto de ser madre con 25 años me hacía feliz.

Cuando logro ver las imágenes de mi bebé y los ojos me brillaban de alegría, el médico dijo que el bebé estaba bien, pero todavía estaba inflamado el útero por el dispositivo que estuvo tantos años allí, me dijo que necesitaba alimentarme mejor. Yo solo pensé en que mi bebé estaba bien, y llegue con una sonrisa a casa. Aunque tenía varios días sin comer. No quería pensar en nada, únicamente en la vida de mi hijo.


Creo que mi cabeza estaba en estado MUTE, no recuerdo si me vino a buscar y me llevo a otro examen y me hicieron un curetaje. No sé que era eso que me estaban haciendo. Yo no hablaba, y creo que tampoco escuchaba.
Hay momentos en esta historia que no recuerdo. Algunas cosas las supe por narraciones de una vecina, de cuando él me llevo de casa en su auto, pues pensaron que algo me pasaba, yo estaba casi inconsciente;
El caso es que me desperté en una clínica, no sé cuanto tiempo, con sueros, y trasfusiones. Estaba en una silla especial muy cómoda que permitía cambiarme de posición. Recuerdo que cuando desperté me estaban sentando para sacarme todas las conexiones que tenía de oxígeno, suero y sangre.
Algo que no olvido es que todo era silencio, ponerme la ropa para marcharme, tomada de la mano de mi supuesto esposo.
Esos vacíos de memoria me han atormentado toda mi vida, pues no sé que pasó en realidad. En algunos momentos me siento culpable y en otros víctima.

Unas semanas después recuerdo que llego de visita mi cuñada y la hermana de mi cuñada.
Ellas comienzan a narrarme la relación y futuro matrimonio de su hermana, con el que era mi novio por tantos años. Ellas me preguntan si era cierto que ese noviazgo se había terminado y solo con mirarme adivinaron, pues no dije una palabra.
Recuerdo claro, cuando la novia, que no era yo, Dice con suspicacia.

–Ah!, o sea que ha estado con las dos, tenemos que ponerle una trampa y que decida con cuál de las dos se queda; mañana llega al aeropuerto en la tarde y allí lo podemos enfrentar las dos y que decida con quien se va a quedar.

Yo aún estaba muy aturdida, no recuerdo que escusa les di, pero les deje claro que no me sentía bien y no tenía ganas de discusiones ni enfrentamientos. Sentí pena por él.
Lo único que pude decir fue que no se preocupase, y con diplomacia y pocas palabras las despedí haciéndoles saber que no pasaba nada. Que no había nada entre él y yo.

Sin embargo, la semana siguiente él trajo a mi padre desde tantos kilómetros y a las dos hermanas.
Abrace a mi padre. Fingí que todo estaba bien. Mi padre me dice que el novio tenía algo importante que decirme, que lo dejara pasar. Mientras las hermanas estaban sentadas en la sala.
Cuando él tocó la puerta, no le abrí, le pase el seguro y me fui a la cocina.
Papá me abordo.

— Hija, pero escúchalo.

Recuerdo muy claro cuando sutilmente lo interrumpí y le dije en voz muy bajita.
–Papá, por todo el amor que me tiene, apóyame en esta decisión sin pedirme explicaciones de porque no quiero hablar.

Yo cerré los ojos y le hice señal con la cabeza de que no, entonces me tomo de la mano, adivinándolo todo, sin decir palabras.

Se fue a la sala y busco muy inteligentemente un tema de conversación para despistar la situación. Luego las hermanas me llaman desde la sala para despedirse y papá me miro con ojos cristalinos y una travesura para tapar mis huellas. Se las llevó de casa para que no sé tocar el tema y me dejaran descansar.
Unas 4 horas después vuelven solo papá y el ex. El hombre golpeaba la puerta, suplicando que le escuchara, pasaron horas y papá guardó silencio, extrañamente un silencio sepulcral. Le di un beso en la frente y las gracias por apoyarme. Salió y se lo llevo lejos. Nunca más lo volví a ver. Y mi padre nunca comento nada a nadie y eso quedó en mi memoria muy gravada. Mi padre entendió sin palabras y se comportó como el verdadero padre que mi madre hubiese querido para mí. Discreto y respetuoso, cosa muy rara en papá.

Unos años después me encuentro con un médico amigo de la familia, me contó que estuvo presente y que mi matriz había desprendido al bebe y que el aborto era inevitable.
Ya me parecía extraño que fuese otra clínica a donde me habían llevado.
Sin embargo, el tiempo que paso entre el hecho y saber la verdad permitió que se construyera un inmenso dolor que algunas veces viene para regañarme.

Autor: Maria Royuela



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